¿“Retroinformática”? ¿De verdad existe eso? Pues sí. Por retroordenadores me refiero a aquellos primeros computadores domésticos que salieron a la venta en  España. Cuando se fabricaban eran muy caros, y ya en su época eran toscos, lentos, simples... pero era lo mejor que  había, lo último de lo último.  Para que nos entendamos, en la España del siglo XX, a principios de los años 80, tener alguna consola doméstica de  videojuegos como la Atari era un auténtico lujo. Solo los más adinerados podían contar con algún ordenador personal  tipo IBM, la informática no estaba al alcance de cualquiera y se usaba fundamentalmente en el ámbito empresarial.  Pero eso cambió de la mano de casas como Spectrum, Amstrad, MSX y Commodore, por citar los más conocidos.  Bastaba con comprar uno de estos aparatos de 8 bits, un reproductor de casette o magnetofón, y un televisor, et voilá,  ya teníamos un ordenador personal en nuestra casa.  Algunos de estos microordenadores llevaban incorporado un monitor, la mayoría de las veces de fósforo verde, como en  el caso del Amstrad CPC 464, o del Amstrad PCW 8256. La verdad es que el monitor era muy atractivo para los críos,  aunque no muy beneficioso para la vista... y tampoco barato.  Pronto aparecieron cientos de accesorios distintos para estos ordenadores, como los joysticks, las impresoras, o incluso  unidades externas de para discos de 3 pulgadas, con más capacidad que las cintas de casette y de carga más rápida.   El PCW, que nació enfocado más bien hacia el uso empresarial, venía dotado ya únicamente con este tipo de dispositivo  en el propio monitor. Lo mejor de lo mejor en aquellos años.  Pero volvamos a los juegos. La mayoría de los juegos podíamos comprarlos o alquilarlos en cinta de cassete (aunque  también se pirateaban con un aparato de doble pletina). Conectábamos el magnetofón al ordenador, escribíamos el  comando de carga, le dábamos al play y a esperar... sí, había que esperar varios (e interminables) minutos a que leyese  toda la cinta, y no siempre funcionaba a la primera. Pero cuando terminaba... qué pasada. Te tirabas horas y horas  jugando. Para algunos modelos también estaba la opción del cartucho, como si se tratase de una consola: lo  enchufabas, encendías el ordenador, y ya tenías el juego cargado. Adiós al tiempo de espera.  Por supuesto también podíamos utilizarlos para hacer programas (yo aprendí a programar en Basic gracias a mi viejo  MSX), a veces salían cosas interesantes: procesadores de textos, agendas de teléfonos, y poco más. Eran máquinas  muy limitadas. Sí, hacíamos programas... pero fundamentalmente jugábamos a los videojuegos, las cosas como son.  La gran limitación que tenían estos aparatos era atenuada gracias al gran trabajo de empresas como Ópera Soft,  Konami, Ocean, Activision, Erbe, Taito, etc... muchos de estos juegos sobreviven a día de hoy gracias a los  emuladores y sus roms, pero incluso en algunos casos, como en el del Batman creado por John Ritman y Bernie  Drummond, que ha sido recreado y reconvertido varias veces hasta nuestros días, se encuentra disponible para nuevos  soportes físicos. Así era el juego de Batman en el año 1986:  Igualito que el Batman Arkham City de PC ¿verdad? Aún me cuesta creer lo mucho que ha avanzado todo esto.  En fin, estos aparatos sentaron las bases que darian lugar a la informática actual, la falta de técnica y potencia se suplia  con ingenio y creatividad, dando lugar a auténticas obras de arte en 8 bits. Como siempre la tecnología evoluciona, y  en pocos años estos microordenadores quedaron obsoletos, sustituidos por los PCs y las Playstation. A día de hoy los nostálgicos seguimos acordándonos de aquellos pequeños aparatos, algunos guardando una unidad en  una estantería, llena de polvo. Los más atrevidos siguen disfrutando de ellos, utilizando sus viejas cintas de casette,  coleccionando cartuchos o actualizándolos con aparatos modernos para cargar rápidamente los juegos.  Es una suerte para la gente como yo que estos aparatos no están valorados económicamente, ya que con unos pocos  eurillos uno puede recuperar su viejo ordenador de la infancia, o ampliar poco a poco su pequeña colección personal. Si  tiene sitio donde guardar tanto aparato, claro.